jueves, noviembre 23, 2006

ORACION DEL CONDE FERNAN GONZALEZ

ORACION DEL CONDE FERNAN GONZALEZ
POR EL PUEBLO CASTELLANO




Valasme, dijo, Cristo, yo a ti me encomiendo,

en coyta es Castilla segund que yo entiendo.



Señor, ya tiempo era, si fuese tu mesura,

que mudases la rueda que anda a la ventura;

asaz han castellanos pasada de rencura,

gentes nunca pasaron a tan mala ventura.



Cuando entendió que era de Castilla señor,

alzo a Dios las manos, rogo al Criador:

Señor, tu me ayuda -que soy muy pecador-,

que yo saque a Castilla del antiguo dolor.



Dame, Señor, esfuerzo, seso y buen sentido,

que yo tome venganza del pueblo descreído,

e cobren castellanos algo de lo perdido,

e te tengas de mi en algo por servido.



E, Señor, luengo tiempo ha que viven mala vida,

son mucho apremiados de la gente descreida,

Señor, rey de reyes, aya la tu ayuda,

que yo torne a Castilla a la buena medida.



Si por alguna culpa cayermos en tu saña,

non sea sobre nos esta pena tamaña,

ca yazemos cautivos de todos los de España,

los señores ser siervos tengolo por fazaña.



Tú lo sabes, Señor, que vida enduramos,

non nos quieres oir maguer que te llamamos,

no sabemos con queja que consejo prendamos.

Señor, grandes e chicos tu merced esperamos.



Señor, esta merced te querría pedir,

siendo tu vasallo, non me quieras fallir,

Señor, contigo pienso atento conquerir,

porque aya Castilla de premia a salir.



(Poema de Fernán González. «Cuando iba el mozo las cosas entendiendo... » Estr. 178 ss.).

miércoles, noviembre 08, 2006

Campaña de Pegatinas de la Comunión Tradicionalista


Campaña de Pegatinas de la Comunión Tradicionalista

viernes, noviembre 03, 2006

Carlismo y bandidaje: Episodios de violencia política y social en Campoo en el s. XIX

Carlismo y bandidaje: Episodios de violencia política y social en Campoo en el s. XIX

Encarnación-Niceas Martínez Ruiz



(Cuadernos del Campoo, nº4, 1996)




LA REACCIÓN CARLISTA.


En el siguiente artículo queremos fijarnos en algunos fenómenos violentos derivados de factores diversos (avatares políticos y desequilibrios sociales) y su incidencia en la comarca campurriana entre 1821 y 1941.


A raíz del triunfo liberal (1820-23) se produjeron una serie de reacciones conservadoras, cuya manifestación más clara fueron las guerras civiles Carlistas. Vicente Fernández Benítez, que ha estudiado el tema en Cantabria, apunta varios aspectos y fases de estas respuestas contrarrevolucionarias. Se acuñó así en los escritos de la época el término "facciosos", usado por los liberales para designar a quienes se oponían a la legalidad vigente, por extensión "gente amotinada o rebelde que procede con violencia". Lo mencionamos aquí en este sentido, ajeno a la ambigüedad del uso y significado actuales. De mantener esa legalidad y el orden público se encargaron las Milicias Nacionales y los Voluntarios locales; los de Reinosa tuvieron entonces bastante trabajo que realizar.


Haciendo un breve recorrido por el contexto socio-político de la época se observa que mientras la burguesía se acomodó con pragmatismo al nuevo régimen, pronto aparecieron signos de oposición: una primera reacción involucionista fue liderada por un sector del clero. Luego se desarrolló el carlismo político, que sostuvo el infante Carlos María Isidro -hermano de Fernando VII- frente a los derechos de su sobrina, la futura Isabel II. Fernández Benítez afirma que el carlismo no tuvo en Cantabria "entidad suficiente como para promover por sí mismo la insurrección armada". No obstante "el movimiento reaccionario organizado, dirigido por algunos elementos privilegiados, daría cobertura necesaria para una insurrección popular rural, que sí tuvo fuerza y dinámica propia". Durante la primera guerra carlista (1832-1839) los ataques se organizaron y generaron en las provincias limítrofes, Vizcaya y norte de Castilla -Burgos, Palencia-, desde donde penetraron en Cantabria, haciendo de Campoo un escenario conflictivo, tierra de paso donde se produjeron abundantes escaramuzas. En otras palabras, la fachada carlista sirvió de cobijo a una serie de "marginados móviles" absorbidos por la coyuntura militar, que derivaron más adelante hacia la simple delincuencia, el bandolerismo. (1)




OPOSICIÓN ACTIVA AL RÉGIMEN: ALGUNOS SUCESOS CARLISTAS.


Al comienzos de los años 20 las incursiones protagonizadas por los "facciosos" en la comarca campurriana fueron especialmente activas. El 5 de Enero de 1821 la partida del "Farolero", originaria de Herrera de Pisuerga, fue apresada en el Convento de Montes Claros, incluyendo a un fraile (2). Se tiene noticia de la actuación del grupo ese mismo año por Valderredible y Reinosa. Al año siguiente, en agosto de 1822, varias partidas de facciosos dirigidas por Francisco Barrio y "Santiaguillo de Cuyás" entraron en la Hermandad de Campoo, "saldándose con algunos robos, pero nunca representó un serio problema" pese a que las batidas de las autoridades locales y las milicias de defensa no pudieron disolverlas por completo. La banda de Barrio se internó en Valderredible (se cuentan sus andanzas por San Andrés de Valdelomar) procedente del norte de Burgos. Perseguidos por la milicia de Reinosa y de Santander fueron finalmente alcanzados el 25 de octubre en Respenda de Valdáliga; del total de "veintitrés que componían la partida solo ocho se libraron, inclusos dichos cavecillas".(3)


El otoño observó el recrudecimiento de las ofensivas. Algunos movimientos respondían a estrategias militares: así, el 22 de noviembre, "cien infantes y treinta de caballería facciosos han bajado de los Aguayos al Ventorrillo de Pesquera y han tomado el Camino Real para Bárcena de Pie de Concha". Hemos de imaginar la atmósfera de violencia que todas estas acciones conllevaban. Dice Fernández Benítez que "todo parece indicarnos que las fuerzas realistas no pretendían la ocupación efectiva y permanente del territorio, sino hostigar a las fuerzas constitucionales" a la vez que logran un botín sustancial con métodos
expeditivos.(4)


En este sentido, una de las acciones de mayor calibre tuvo lugar el 6 de Diciembre de 1822, cuando Reinosa fue atacada por sorpresa y saqueada por una partida de unos cuatrocientos hombres dirigidos entre otros cabecillas por el Cura Merino (Jerónimo Merino y Cob, desde su base de operaciones al norte de Castilla), Antolín Salazar e Ignacio Alonso (alias) Cuevillas, antiguo guerrillero de la Guerra de la Independencia que actuaba desde el valle de Mena.


La cuadrilla fue incrementándose por el camino con la incorporación de más hombres y la confiscación de caballos. Se adivina la diferenciación social entre los mandos y la tropa, alimentada por un campesinado descontento,"movilizado prioritariamente por el deterioro de sus condiciones de vida" con una "actitud de no sumarse al carlismo y enfrentarse al nuevo gobierno". Rastreando la documentación observamos que en principio se habla de ciento veinte hombres; en Renedo de Bricia se calculan ya trescientos. Uno de los que se añadieron sobre la marcha fue Fernando Luis, "pastor de ovejas residente en Villanueba La Nía", quién en el interrogatorio del juicio celebrado en Palencia menciona a dos compañeros más de Susilla, apellidados Bustamante y Peña Mantilla. Al final, en los sucesos de Reinosa había unos cuatrocientos. (5)


De estos "extraordinarios acontecimientos... durante la ocupación de los facciosos" los contemporáneos sintieron un grave "estado de consternación y abandono", aunque nosotros no guardemos apenas noticia de ello. La gruesa columna se internó por Quintanilla de Rucandio y Quintanilla de Bricia, según declararon sus Justicias, con la intención de "dar un golpe" en Reinosa. El alcalde interino de Reinosa, Manuel García del Barrio, cuenta como convocó al comandante de la Milicia Nacional, Josef María Barona Alpaneque "a pesar de que los facciosos se hallaban a cinco leguas de distancia (... para que...) se distribuyere en las casas mejores situadas para proporcionar una defensa, y en las cuales hacía ya tiempo que pecnoctaban los milicianos (...). El ayuntamiento levantó la sesión a la una de la tarde y apenas habían tenido tiempo sus individuos de llegar a sus casas cuando el vigía que constantemente se mantenía en la torre de la iglesia dio dos o tres gritos de alarma y bolteó la campana, abisando que por la parte de Matamorosa, pueblo que no dista un cuarto de legua, benía un fuerte grupo de caballería a todo escape por el camino Real; una nobedad tan inesperada introdujo la confusión en el pueblo, la cual se aumentó con el toque (...) de los tambores de la milicia, y se acabó de completar con la circunstancia de que cuatro o cinco de los de caballería Nacionales que repentinamente salieron en la dirección de Matamorosa (...) se encontraron con los facciosos que venían por el camino Real, y observaron que por las praderas de ambos costados de éste destacaron dos fuertes columnas de caballería para rodear la villa; la guerrilla de los facciosos se introdujo en el pueblo, persiguiendo a los Nacionales hasta el puente, dónde habiendo buelto cara el sargento de ellos D. Josef del Hoyo, bastó para contenerlos y salbó la vida de uno de los nacionales que al vadear el río cayó de su caballo, en el cual volvió a montar. En tan apurado estado me dirigí a la plaza de la Constitución, donde encontré al capitán retirado de infantería y teniente de la Milicia Nacional D. Inocencio de Obregón, el cual había tomado la acertada providencia de hacer entrar en una casa a todos los milicianos". Más adelante señala que ordenó a un sargento y doce hombres "armar la bayoneta, y con ellos se dirijió a practicar un arriesgado reconocimiento hacia la calle del Puente, tratando de entrar en ella por una de las callejas que miran al conbento de San Francisco (...). Al pasar por la plazuela de la iglesia parroquial, desde donde se descubre de frente la cabezera del puente, advirtió que un grupo de facciosos, como de cuarenta hombres, lo estaban pasando a galope y al berle, lebantaron los sables en alto, prorrumpiendo en los gritos y amenazas". El grupo de la milicia nacional se replegó y se hicieron fuertes en la plaza, donde soportaron el primer ataque de los facciosos, con un grupo con cuatro lanceros, y después otro de la infantería, aunque "hacían fuego infructuoso a nuestra casa fuerte. (...) Las bandas, enconadas con la impotencia de sus esfuerzos, recurren al medio rastrero y bajo de incendiar las casas". Insiste el texto que "recurrieron al ardid más bárbaro e inhumano que les sugirió su deprabación, éste fue, horroriza el decirlo, hacer salir a todas las familias, sin distinción de sexos ni edades, y a sablazos las encaminaron a la plaza, para que escudados en lo que más precioso podría ser a los milicianos pudiesen sin riesgo posesionarse de ello. (...) estas infelices víctimas, poniendo sus lastimosos ayes en el Cielo, se postraron delante de la casa que ocupábamos, y por todos los medios que les sujería la humanidad, procuraban inclinarlos a que mirásemos por sus vidas amenazadas por nosotros y por los imbasores". Como se ve, un asalto en toda regla. Planteado así el conflicto, los defensores liberales negociaron la rendición y capitularon. Los asaltantes recogieron como botín "armas, municiones, fornituras y bestuarios". En el balance de víctimas por parte de los reinosanos "no hubo más desgracia que un miliciano contuso y dos honrados vecinos y padres de familia asesinados por los vándalos entre los facciosos, "nueve muertos, incluso un comandante, durante la acción, y una gran porción de heridos, de los cuales murieron cuatro". En la retirada, hacia Medina de Pomar, en medio de "copiosa lluvia y nieve", se capturaron más de veinte prisioneros. (6)

Las acciones e incursiones continuaron durante la primera guerra Carlista. Algunos ejemplos: en 1836, una expedición cruzó el Ebro por los Riconchos; en noviembre de 1837, el cronista liberal Agüera Bustamante menciona que columnas carlistas dirigidas por Santiago Villalobos se hicieron con el control del camino de Reinosa y el del Escudo. Entre 1838-39 sólo se registraron actividades esporádicas de bandas en Reinosa y Enmedio. (7)




EL FENÓMENO DEL BANDOLERISMO.


Con el tiempo, la delincuencia rural llegó a convertirse en un problema endémico. La instalación del bandolerismo sería pues "producto de la miseria" que refleja las tensiones sociales existentes. Muestra la réplica extremadamente rebelde y heterodoxa de un sector campesinado acosado por la penuria (casi la mitad de la población subsistía como jornaleros del campo, es decir, sin tierra en propiedad), seriamente perjudicado por la desamortización, sujeto al reclutamiento militar o "quintas" (deber eludible mediante pago -solución solo apta para las clases pudientes- o emigración), entre otros males.


Esta situación se agravaría en las postguerras (de Independencia, carlistas). Se propició así la reconversión forzosa de antiguos guerrilleros en bandoleros como una de las salidas de algunos ex-combatientes, que al encontrarse a su regreso a la vida civil sin ingresos económicos, inadaptados a las nuevas circunstancias, se decantaron por el robo, el secuestro y el pillaje como forma de subsistencia.(8)


Un análisis de estas bandas revela que "actuaban a la sombra de la guerra, que ofrecía una apreciable cobertura a sus delitos, a la vez que colaboraban en ocasiones con las fuerzas carlistas". Sus asaltos carecían de intención política: "no elegían a sus víctimas por sus ideas, por ser o no ser liberales, sino por ser simplemente propietarios, no importando, incluso, que éstos fueran elementos del estamento eclesiástico, personas que se encontraban entre sus víctimas favoritas".(9)


La frecuencia y tamaño de algunos ataques creó un sentimiento de desprotección e inseguridad en los pueblos, reflejo de la falta de un poder político firme, que a la larga no favoreció el afianzamiento de los liberales.




EPISODIOS DE BANDIDAJE EN CAMPOO.


En diciembre de 1836 sabemos que "por el valle de Sedano y otros pueblos a tres o cuatro leguas de distancia de aquel bagaba una partida de facciosos compuesta por diez o doce, todos montados". Un capitán del batallón de carabineros de la Hacienda Pública, establecido en Reinosa desde el día dos, D. José Ruiz de Quevedo, salió "con cuarenta carabineros y los caballos de la compañía de cántabros". Logran coger un prisionero mientras el resto huye. Poco después es capturado uno de los bandidos más conocidos; de este modo lo cuenta El Argos: "El día cuatro a primera hora de la noche recibió el alcalde de esta villa parte confidencial de que el faccioso llamado Gregorión (que actuaba por la zona de Reinosa) se hallaba en un molino a tres leguas de aquí bastante satisfecho de su seguridad. Inmediatamente dispuso dicho alcalde con el celo y puro patriotismo que le distingue proporcionar por sí mismo y con la mayor reserva una partida de Nacionales para que saliesen a capturar a éste. Reunida ésta en número de 12, de acuerdo con el comandante de armas, salió bajo las órdenes de la guardia Nacional D. Críspulo Collantes; y después de haber andado toda la noche bajo una crudísima helada por mil charcos y lodazales, consiguió sorprender al referido Gregorión, que fue conducido el día cinco a la cárcel de esta villa. La captura de este bandido es muy interesante, pues además de los muchos escesos que ha cometido como aduanero, era uno de los espías que tenían aquí los apasionados del beato Rey (o sea, los carlistas). Dícese que será pasado por las armas luego que se le substancie la causa; yo no lo descreo, por que sólo se le ha encontrado la insubstancial cantidad de 21 cuartos, con los cuales no podrá ser muy empeñada su defensa...". Como se puede comprobar, resulta interesante no sólo el contenido sino también el tono de encendido elogio a los poderes públicos. Apunta la idea de las infiltraciones y doble juego del carlismo y el bandidaje, a la vez que nos proporciona la noticia del final legal (pena de muerte) de uno de estos bandoleros.(10)


En 1837, se conocen las andanzas de Lorenzo a través de Valderredible. Años más tarde, el 9 de abril de 1841, otros ladrones asaltan Villaescusa de Solaloma. Según el periódico El Vigilante Cántabro: "como a las ocho de la noche sorprendió una gavilla de ladrones el pueblo de Villaescusa, distante tres cuartos de legua de esta villa; cogieron a la mayor parte de los vecinos en la Iglesia y los encerraron en la sacristía sacando al cura y a un particular llamado D. Enrique García del Barrio, a quienes robaron dinero, alhajas de plata y otras prendas después de haberles maltratado, particularmente al cura y a la esposa de D. Enrique, que se hallaba bastante enferma. Unos seis o siete fueron los que entraron en el pueblo y otros se quedaron en sus alrededores; nadie ha podido decir con certeza el número de ellos aunque la voz general es que son dieciocho, todos muy bien armados". Aprovecha la ocasión el cronista para denunciar el clima de inseguridad existente: "Hay general recelo de que estos atentados se repitan si no se toman otras disposiciones que las de emborronar papel con circulares, la mayor parte de ellas impracticables en su ejecución y despreciables porque llevan consigo el sello de inadvertencia como otras muchas disposiciones que tienen el mismo resultado." (11)




CONCLUSIONES.


Desde 1820 y durante la primera guerra carlista, la posición geográfica de Campoo favoreció la existencia en nuestra comarca de frecuente trasiego y enfrentamientos entre los partidarios del liberalismo y sus opositores, en acciones dirigidas en las regiones limítrofes. El ayuntamiento de Reinosa permaneció fiel al régimen liberal instaurado; la Milicia Nacional y los Voluntarios defendieron el orden público frente a las "bandas de facciosos", entendido el término como cualquier oposición al poder liberal.


Las guerras sirvieron para tapar y absorber desajustes socieconómicos, que en parte desembocaron en el posterior auge del bandolerismo. Éste era un comportamiento alternativo y marginal, al que optó un grupo deprimido (hombres solteros, campesinado pobre), sin que presentara implicaciones ideológicas.


Las repetidas incursiones de estos malhechores denotaban el vacío de poder y falta de control efectivo del territorio.





BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES.




- BIBLIOTECA MENÉNDEZ PELAYO. FONDOS MODERNOS. (BMP.FM.) Manuscritos (Ms.) 394, 395. "Papeles varios referentes a sucesos ocurridos entre los facciosos y los milicianos nacionales de Santander y su provincia en los años 1822 y 23". Colección E. de la Pedraja.


- FERNÁNDEZ BENÍTEZ, Vicente. "La primera guerra carlista en Cantabria", pp. 32-38, en Historia 16. nº 138. Madrid: Octubre, 1987


- FERNÁNDEZ BENÍTEZ, Vicente.(1988). Carlismo y rebeldía campesina. Torrelavega: Ayuntamiento; Madrid: Siglo XXI.


- HERRERA ALONSO, Emilio. "Vida militar del lebaniego don Antonio Díez de Mogrovejo y Gómez, teniente general carlista", pp. 197-244. en Altamira, Vol. I. Santander: Institución Cultural de Cantabria, 1978.


- "El Argos de Santander", Nº 20, 9 de Diciembre de 1836.


- "El Vigilante Cántabro", Nº 18, 15 de Abril de 1841.





NOTAS.




(1) FERNÁNDEZ BENÍTEZ, V.,(1988) pp. 1-2; Historia 16, pp. 38, citando a Hobsbawm.


(2) RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ, A. (1979) en su libro Los Carabeos. Historia, economía y sociedad en un concejo rural de la merindad de Campoo apunta dos párrocos que fueron a la cárcel de Reinosa por carlistas. FERNÁNDEZ BENÍTEZ, V.,(1988) pp. 6.


(3) BMP.FM.Ms. 394, pp. 35. Conservamos en la trascripción los errores ortográficos originales. El presbítero Francisco Barrio se había levantado en Burgos en el verano de 1820.


(4) BMP.FM.Ms. 395, pp.90. FERNÁNDEZ BENÍTEZ, V.,(1988) pp. 14.


(5) BMP.FM.Ms. 395, pp. 92; Ms. 394, pp. 42.


(6) BMP. Fondos Modernos, Ms. 394, p.36. Recogen documentos que detallan el asalto a Reinosa con gran detalle y un cierto aire épico. Constituyen una crónica de los hechos narrada por los defensores liberales para solicitar los correspondientes certificados en que conste su participación en los hechos. Es la tónica general de las fuentes, en su mayoría documentación oficial y legal. Una legua equivale a 5.572 m.


(7) FERNÁNDEZ BENÍTEZ, V. (1988), pp.24, 51.


(8) Conviven en diferentes zonas una mezcla de actividades delictivas que constituían un "modus vivendi", como el contrabando. FERNÁNDEZ BENÍTEZ, V. (1988), pp. 163.


(9) Op. Cit., pp. 163.


(10) El Argos de Santander. Nº 20, 9 de Diciembre de 1836. pp.3-4.


(11) El Vigilante Cántabro. nº 18, 15 de Abril de 1841. pp.3-

jueves, octubre 26, 2006

En el centenario de la muerte de José María de Pereda:un hidalgo que escribía

Tomado de la página de la Comunión Tradicionalista: http://www.carlismo.es



José María de Pereda, «un hidalgo que escribía libros», a decir de Menéndez Pelayo, era un carlista ortodoxo y militante. Nació el 6 de febrero de 1833 —el año en que comenzaría la Primera Guerra Carlista— en Polanco (La Montaña) en el seno de una familia tradicionalista y firmemente creyente. Los padres del escritor, Juan Francisco de Pereda y Bárbara Josefa Sánchez Porrúa eran naturales, respectivamente, de Polanco y de Comillas y se habían casado muy jóvenes; tuvieron una numerosa descendencia. Establecido el matrimonio en Polanco tuvieron que mantener mediante el trabajo en el campo y la ganadería a sus veintidós hijos, de los que llegaron a adultos solamente nueve.

El traslado a Santander con sus padres pone a Pereda en contacto con la ciudad y le presenta un panorama urbano y portuario completamente diferente al de sus primeras vivencias infantiles en Polanco. Tras los estudios de Primaria en la escuela del pueblo, la familia decide que estudie el bachillerato en el Instituto Cántabro de la calle Santa Clara, en el que realiza el ingreso en 1843 y cursa al año siguiente el primer año de Latinidad. Fue un estudiante mediano con calificaciones de Regular en el segundo y tercer año de Filosofía y Suspenso en el cuarto de 1847-1848. Fueron profesores suyos Bernabé Sainz, de Sintaxis latina, y Juan Echevarría, de Matemáticas.

Cuando llegó el momento de elegir una carrera hubo grandes porfías entre la familia. Posiblemente por sugerencia de su hermano mayor, se decidió al fin por los estudios que le permitieran ingresar en la Academia de Artillería de Segovia. En el otoño de 1852 se trasladó con este propósito a Madrid, donde se hospedó con otros estudiantes montañeses en la calle del Prado número 2.

Durante el curso se preparó en el colegio de su paisano el arquitecto Antonio Ruiz de Salces, que después perteneció a la Academia de Bellas Artes de San Fernando. La verdad es que el ambiente de Madrid y la vida estudiantil de tertulia en el café de La Esmeralda, los bailes de Capellanes y la asistencia al teatro fueron para él una tentación insuperable, que le inclinó más por la vida social, el teatro y las fiestas, que por la del estudio. Así parece desprenderse de la carta que le escribe en 1853 a su primo Domingo Cuevas:

Aquí cuando por fas, cuando por nefas, siempre hay alicientes que arrastran a uno en pos de la corte y que, al fin y a la postre, llega uno a mirarla con demasiado apego, y llegará día en que se sienta trocar por la pluviosa e insípida Montaña.

No sabemos el resultado de aquellos estudios y ni siquiera si llegó a presentarse al examen de ingreso. Años más tarde, al referirse a esta etapa de u vida, diría que comenzó en Madrid
una carrera científica que no concluí por falta de vocación para ellos.

Estando en Madrid fue testigo de la revolución de 1854 en la que estuvo a punto de perder la vida por el tiroteo originado en las calles, sucesos que relata con detalle en su novela Pedro Sánchez. Durante su estancia dedicó una buena parte del tiempo más a la lectura de novelas que a resolver problemas de matemáticas. Ya entonces escribe una obra de teatro, La fortuna en un sombrero (1854), comedia que quedó inédita, donde aparece el tema del idilio, el matrimonio de conveniencia y el caso de la joven sacrificada por el matrimonio para salvar la economía familiar.

La llegada a Santander del joven Pereda no había sido nada afortunada, ya que venía con el fracaso en los estudios y en 1855 moría su madre. Esta desgracia familiar y el contraer la enfermedad del cólera le tuvieron postrado y con gran desánimo. A causa de ello, al año siguiente, se le presentó una neurastenia que obligó a la familia a enviarle a Andalucía donde permaneció una parte del año 1857.

Tras el fracaso en sus estudios, se le presenta el dilema de escoger una forma de vida por cuenta propia o entrar a formar parte en alguno de los negocios familiares o de amigos suyos. Pero lo que a él le gustaba en realidad era escribir, para lo que creía tener buena disposición. La oportunidad se le presentó al aparecer en Santander el diario La Abeja Montañesa, en la que se estrena con el artículo «La gramática del amor». Sus primeros escritos suelen ser anónimos, firmados por la inicial de su apellido o con el pseudónimo «Paredes». Por lo general, se trata de artículos de crítica teatral, sobre las comedias y zarzuelas que pasaban por el teatro de Santander, colaboraciones de carácter costumbrista o sobre la vida local. Aunque su valor literario era escaso, le sirvieron para reconocer los temas que luego empleará en sus libros y que evidencian la gran afición de Pereda por el teatro. En 1862 prologa, con el mencionado pseudónimo de «Paredes», el libro Ecos de la Montaña del poeta Calixto Fernández Camporredondo, lo que es indicativo de que gozaba ya de un prestigio como hombre de letras en el ambiente local de Santander. Al año siguiente, con el mismo pseudónimo, colaboró en el Almanaque Ilustrado de La Abeja Montañesa, en el que publicó el artículo «Júpiter. Su vida y milagros» y «El raquero». Algunos de los cuadros costumbristas publicados en la sección del folletín de La Abeja, pasaron luego a sus libros.

Dentro de esta etapa periodística coinciden sus tentativas en el campo teatral con obras cómico-líricas de carácter costumbrista: Tanto tienes, tanto vales (1861); Palos en seco (1861), Marchar con el siglo (1863), Mundo, amor y vanidad (1863). El escaso valor de estas obras primerizas hizo que sólo se dieran a conocer (salvo alguna que llegó a estrenarse) con el título de Ensayos dramáticos en una edición restringida, en 1869, con destino a sus amigos. Ya para entonces Pereda había logrado un prestigio literario a raíz de la publicación en 1864 de su primer libro, Escenas montañesas.

Prueba del prestigio que le otorgó su primera obra es que, sin dejar de escribir en la prensa santanderina, empieza a publicar en 1864 en el prestigioso periódico madrileño El Museo Universal y en 1866 colabora con otros autores en el libro Escenas de la vida, colección de cuentos y cuadros de costumbres, editado en Madrid por una sociedad de autores, entre los que figuraban Juan Eugenio Hartzenbusch, Antonio Trueba, Eduardo Bustillo, Ventura Ruiz…

A partir de este momento y en menos de cinco años José María de Pereda se consolida como escritor y su nombre empieza a sonar entre los autores en boga hasta al punto de recibir elogios públicos como escritor costumbrista. En su segundo libro, Tipos y paisajes el autor puso especial interés sobre todo en el relato titulado «Blasones y talegas».

En abril de 1869, a los veintiséis años, contrae matrimonio con Diodora de la Revilla, «una dama de agradable presencia, de mucha bondad y relevantes virtudes», según su biógrafo José Montero. Dos años más tarde, es introducido en política por amigos afines a sus ideas, que le animan a presentarse como candidato carlista a diputado por el distrito de Cabuérniga. El año anterior se había constituido la Junta provincial carlista, de la que era presidente su amigo Fernando Fernández de Velasco, vicepresidente su hermano Manuel Bernabé Pereda y el propio novelista era vocal.

Salió elegido por escaso margen contando con un destacado apoyo del clero.

Su participación política en Madrid le sirvió para darse a conocer, ampliar sus amistades y para darle una experiencia en la mecánica electoral, conocimientos que vertió en su novela corta Los hombres de pro, incluida en su libro Bocetos al temple (1876). Al ser Pereda poco conocido en su distrito, tuvo que visitar a las personas influyentes que podían apoyar su candidatura. Con este motivo lo recibió Francisco de la Cuesta en la casona de Tudanca; pero también tuvo la ayuda del liberal José Antonio González de Linares. Al cesar sus actividades políticas en Madrid, deja de escribir. Él mismo lo cuenta así:

Vuelto a mi casa y más enamorado de la paz de mi hogar que de la política y que de la literatura tuve que consagrarme por entero a compartir con mi mujer los cuidados de los niños que a la sazón tenía. Cuatro o cinco años pasaron entonces sin que yo publicara ni escribiera cosa alguna.

El estímulo de sus amigos Marcelino Menéndez Pelayo y Gumersindo Laverde le lleva de nuevo al taller del escritor. Es entonces cuando se propone publicar una novela. En cierto modo, se podría decir que a partir de este momento comienza la segunda etapa literaria de Pereda.

Era Pereda de mediana estatura, fornido y con un aspecto en general que recordaba más a un miembro de la alta burguesía que al de un antiguo hidalgo, aunque lo fuera por genealogía. El bigote, la perilla y los quevedos resaltaban su rostro de aspecto serio. Era de tez morena y con una cabeza dotada de pelo crespo y abundante. De joven había sentido Pereda afición por la caza y la equitación, ejercicios que no aparecen apenas en sus novelas. No fue bebedor habitual de alcohol ni de café, que perjudicaban su salud. En cambio, fue un buen fumador, como su amigo Pérez Galdós. Desde niño dio muestras de trastornos nerviosos que se fueron agravando con los años y cuyos síntomas describe en su novela Nubes de estío. Hombre ordenado, cuidó con atención su aspecto y vestimenta y, de igual modo, se rodeó de las mejores comodidades y adoptó enseguida cualquier innovación que le pareciera oportuna. En las tertulias ocupaba el puesto principal por su gracia y las agudezas que vertía en su amena conversación. Fue un buen polemista y un conversador ingenioso.

Cuando se trata de completar el carácter de Pereda nos encontramos ante un escritor que, tanto en el aspecto personal como en el literario, ofrecía a sus contemporáneos una imagen singular y muy diferenciadora; hasta el punto de que Menéndez Pelayo diría de él que «lo que había de característico en su estructura mental era incomunicable, y él mismo no hubiera podido definirlo». Su compañero Pérez Galdós, que le conocía bien, destacó «su personalidad vigorosa» y lo singular de su obra literaria, que le hacía diferente a los escritores de su tiempo.

Para poder conocer el pensamiento de José María de Pereda y su carácter, resulta imprescindible tener en cuenta la influencia que ejercieron en él el ambiente familiar y el grupo de amigos. Perteneciente a una familia católica y tradicionalista, recibe desde niño el troquelado de sus padres, preferentemente de la madre, y se ve protegido en su juventud por la tutela de su hermano mayor Juan Agapito. Si bien es verdad que en su vida no hubo especiales datos curiosos, al no salirse de una monótona uniformidad, también es cierto que careció de contratiempos y adversidades económicas, a pesar de no tener un empleo fijo. Desde su juventud y a partir de su casamiento pudo y supo unir su afición literaria a una dedicación a los negocios. Aunque la literatura no le dio para vivir, fue después un complemento económico importante al ser uno de los escritores más leídos de la mal llamada Restauración.

Marcelino Menéndez Pelayo vio en Pereda al mejor representante contemporáneo de las letras de su tierra natal y no sólo le animó a escribir, sino que cuando hizo falta salió en defensa suya; realizó la crítica de su obra de una manera estimulante y, sobre todo, le aconsejó que no se apartara de los temas locales en los que sobresalía por ser el mejor pintor de aquel Santander de antaño a través de unos cuadros y tipos costumbristas que se hubieran perdido del recuerdo de las gentes. El erudito santanderino conoció previamente algunos de los escritos publicados por el escritor de Polanco, como ocurrió con la novela Pedro Sánchez.

La muerte trágica de su hijo primogénito Juan Manuel, en 1893, supuso una ruptura en el normal desarrollo de la vida del novelista. A partir de ese momento se llenó su pensamiento de malos presagios y complejos de culpabilidad. La desgracia le pareció una prueba de Dios y le conturbó el hecho de que se suicidara, por lo que solicitó de los prelados de algunas diócesis le concedieran, tras su muerte, las indulgencias oportunas. Comenzó a leer el Libro de Job y sólo la resignación cristiana y su profunda religiosidad le permitieron salvar el estado de postración en que cayó. Se agravó su neurastenia y envejeció prematuramente. A duras penas y gracias a la ayuda de sus amigos y de la familia pudo concluir Peñas arriba, la novela que estaba escribiendo, en cuyo manuscrito existe una cruz trazada en la página 18 del capítulo XX que recuerda aquel triste suceso.

Ya después de esto fue muy difícil animarle a escribir y únicamente publicó su novela corta Pachín González, basada en un hecho real, la explosión del vapor «Cabo Machichaco», atracado en el puerto de Santander con un cargamento de dinamita, en noviembre de 1893. En los años posteriores y una vez nombrado Pereda académico dio prácticamente por terminada su obra literaria. En 1872 había sido nombrado correspondiente de la Real Academia Española y en febrero de 1897 leyó el discurso como miembro de número. El casamiento de su hija con Enrique Rivero, de Jerez de la Frontera, en junio de 1903 supuso para él un nuevo estímulo y una alegría familiar.

En la primavera de 1904 sufrió un ataque apoplético que le ocasionó una hemiplejía del lado izquierdo, que le impidió valerse solo con normalidad. Murió don José María de Pereda el 1 de marzo de 1906.


Biografía tomada de MADARIAGA DE LA CAMPA, B., José María de Pereda y su tiempo, Ayuntamiento de Polanco, 2003; y artículos en Internet.

lunes, octubre 16, 2006

Tercio de Doña María de Molina - Marco de Bello


* Tomado del Boletín Carlista de Madrid



Se funda el Tercio con requetés de Teruel y de la Alcarria a primeros de septiembre de 1936. Está en Molina de Aragón hasta los días 8 y 9, en que acude a Siguenza,donde se combate duramente teniendo las primeras bajas. Con el Tercio Numancia ataca posiciones enemigas en Torre los Negros (Teruel) el 21 de noviembre. Pasa a Villanueva del Rebollar, donde auxilia a tropas cercadas logrando su liberación.


Pasa a Almudevar, y el Tercio se hará célebre en la ermita de Santa Quiteria, donde rechaza feroces ataques enemigos. En mayo marchan la 1ª Cía. y la Plana Mayor a Molina de Aragón, la 3ª a Monreal del Campo y la 2ª a Quinto de Ebro. La 1ª ataca al enemigo en Aragoncillo logrando evitar que corte la carretera de Alcolea del Pinar a Teruel. En julio el Tercio ocupa Griegos y Guadalamar, en el Alto Tajo, más tarde Villar y Cobeta. En Agosto, ofensiva sobre Zaragoza, la 2ª Cía. detiene en QUinto un furioso ataque enemigo, pero los requetés -115 hombres- derrochan valor defendiendo heroicamente la posición "Las Heras" y la avanzadilla del "Cementerio". Atacan cuatro batallones de la XV Brigada Internacional con gran apoyo artillero. El 24 de Julio quedan cortadas las comunicaciones con Quinto y la retaguardia nacional.

Atacan los rojos con carros y toda clase de armas,pero no consiguen pasar, pues los requetés se defienden con valor numantino. La Cía. tiene el 50% de bajas. De noche, el Mando ordena retirarse a Quinto, ya recuperado. La atacan fuerzas rojas de las brigadas Lincoln, Dimitrov, British y MacKneil. Se dirigen al casco urbano, pero los requetés resisten. Un corresponsal inglés dirá: "He visto parapetos con hasta 8 cadaveres."



Los defensores siguen impertérritos. Los últimos se refugian en la Iglesia, donde resisten hasta el día 26, cayendo prisioneros 13 hombres, que fueron fusilados.


El comandante del Tercio en Valbona (Teruel) pudo decir: "Los muertos son, un capitán, tres tenientes, un alférez, el médico, catorce sargentos, veintiocho cabos y ciento ochenta y cinco requetés".


El ataque rojo a Zaragoza fracasó por le heroismo del Tercio María de Molina-Marco de Bello, a cuya 2º Cía. se otorgo la Cruz Laureada de San Fernando por la gesta.

Cubiertas las bajas, el Tercio pasa a Peralejo de las Truchas y a Checa. En Toro (Castellón), le llegaría el final de la guerra.

NOTA EDITORIAL. La 2ª Cía. recibió, efectivamente, la Laureada colectiva por la heróica defensa de las posiciones de Las Heras (Zaragoza) los días 24 a 26 de agosto de 1937 (Diario Oficial del Ministerio del Ejercito núm. 261/1941). Se olvidaron de la 3ª Cía., pues las bajas (242) englobaban requetés de ambas Cías. ("La real y militar orden de San Fernando"., por Antonio Ceballos-Escalera y Gila et al, Madrid, 2003, pág.469).

sábado, agosto 26, 2006

Bibliografía de José María Codón

1- Cantabria es Castilla
2- La Rioja es Castilla, Burgos, 1980.
3- Regionalismo y Planificación
4- El Sindicalismo en Mella
5- Regionalismo y desarrollo economico, San Sebastían, 1964.
6- Universalidad cristiana y comunidad internacional
7- Los teólogos juristas españoles
8- Tradición y Monarquia
9- Presencia de Burgos en la conquista de América
10- La familia en el pensamiento de la Tradición
11- El trastorno mental transitorio
12- Psiquiatria Jurídica Penal y Civil: Tres ediciones.

sábado, marzo 11, 2006

Segovia tenía razón

José María Codón

Hace treinta años, cuando éramos muy pocos los que nos preocupábamos de temas regionales, esbocé una "Teoría de Castilla" en una conferencia pronunciada en la Mesa de Burgos en Madrid, Allí expuse las relaciones directas, dinámicas, vivas e ininterrumpidas, de Burgos con Segovia, como integrantes ambas de !a fecha inicial de expansión de los cuatro condes soberanos, que por eso se llama y se llamó "Castilla la Vieja". Después con la lectura de los maestros regionalistas, sobre todo los segovianos, he afirmado mis ideas, sobre la dualidad de regiones históricas, dentro de la Corona de Castilla, reino de León, capital León y reino de Castilla la Vieja, capital Burgos, Cabeza de Castilla. Una realidad que duró setecientos años. Dos regiones diversas pero compenetradas.

Los desmembradores de nuestros días no se percatan de que Castilla - la Corona de Castilla - abarca en 1833 treinta y seis provincias de las de ahora. En dicho año el liberal Javier de Burgos, más que con una pluma, con un bisturí, en la mano, trucidó los viejos reinos, y el centralismo barrió como un ventarrón los órganos y la autonomía de los mismos para convertirlos en departamentos provinciales. Borró hasta el nombre de las regiones, que se refugió simplemente en el papel escrito y éste a su vez en las escuelas se hizo tradición oral. Así todos hemos recitado estas agradables cantinelas: "Castilla la Vieja, tiene seis provincias: Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia y Avila. León tíene cinco provincias: León, Zamora, Salamanca, Valladolid y Palencia".

El resultado fue la agonía y muerte de las regiones. Como dijo con gracia Moneva Puyol, resultaron al cortarse la piel de España, cincuenta gatas muertas (las provincias), pero no un león vivo.

¿Qué no ha habido conciencia regionalista en Castilla? Ha existido siempre conciencia regional, y en determinados momentos regionalista, sobre todo frente a los separatismos exacerbados. Díganlo sino: En Soria, Elías Romera. Clemente Sáenz, el Conde de la Puebla de Valverde y Carazo; en Segovia, Tudela, Arévalo, Cerón, Gila, los dos Carreteros, González Herrero y el periódico "Tierra de Segovia": en Santander, Menéndez Pelayo, Pereda, Fernández de Velasco, Romero Raizábal v Marcial Solana; en Burgos, Merino, el conde de Orgaz, Estébanez, Gómez Rojí, Cortés, Diez Conde, Cominges, Zumárraga, Martínez Burgos, el diario "El Castellano" y el semanario "Tierra Hidalga"; en Avila. Belmonte, Ayúcar, Santamaría, La Orden y otros; en Logroño, Mazón, Zaldívar, Pas cual y Purón.

Con tales antecedentes, viene en estos días la moda de las mal llamadas autonomías y preautonomías. Sin consultar a equipos de expertos, historiadores y administrativistas o a los Colegios de Abogados, como se hace en todo el Mundo; y a las Universidades y Academias correspondienles, se dicta un decreto ley el de 13 de Junio de 1978 en que se funden seis provincias de Castilla la Vieja (para mi son ocho con Cuenca y Guadalajara) y las cinco de León. Y paralelamente se parte por la mitad a Castilla separando la Vieja de la Nueva, que se complica con el nombre de Castilla- La Mancha

Y así resulta, que unas corrientes minoritarias de Santander y Logroño, al amparo de tanto confusionismo, logran iniciar la desmembración, cuando la primera siempre perteneció no sólo a Castilla, con el nombre de Montaña de Burgos, sino a la provincia de Burgos, de la que fue un partido judicial en 1833 y lo mismo Logroño que no existía como provincia y fue un partido judicial de Burgos hasta la misma fecha. Y sin embargo, ahora se las quiere conceptuar "regiones históricas".

Al intentar privar a Burgos de la capitalidad, al decapitar a la Cabeza de Castilla, que cuenta con mil cien años en el rango, más los precedentes celtibéricos, hasta el siglo I de Jesucristo, se ha dado cuenta la ciudad del Arlanzón, del peligro del hibridismo Castilla-León (tres votos de la Castilla residual, contra cinco leoneses) sin información pública, sin orden del día, sin citarse a las seis provincias de Castilla como requiere el artículo 147 de la Constitución, el pueblo realizó la manifestación más multitudinaria y espontánea el pasado 26 de Junio) que se ha celebrado en Burgos en los últimos años, llevando a la cabeza a todas las fuerzas vivas. La moción del Ayuntamiento en pleno de defender la capitalidad y las palabras del alcalde y oradores que le antecedieron dirigidas a la multitud y las bases aprobadas por los manifestantes, separación del distrito universitario de Valladolid y constitución de Castilla la Vieja, con las seis provincias y al otro lado, el reino de León, con capitalidad en León, hermano pero distinto. Los vivas a Sepúlveda y a Segovia y los gritos de “Segovia tenía razón" se lanzaban a pesar del frio y la lluvia y de todos los "factores adversos".

Y mientras llega, esa unidad orgánica de las seis provincias con la Cabeza de Castilla se pensó que sea instrumento de unión a autonomía uniprovincial, régimen transitoria sin otra justificación que la de llegar a la unión de las provincias de Castilla la Vieja.

Esta ha sido siempre la tesis segoviana. Segovia tenía razón y tiene el argumento del artículo 147 y de la disposición transitoria séptima de la Constitución. No tengo información de la postrera sesión del Ayuntamiento. Pero es evidente que la literatura regionalista y el sentir del pueblo segoviano coinciden en la integración de todas las provincias de Castilla Vieja.

¡No cejéis segovianos, pues camináis hacia una meta común del brazo de nosotros, los burgaleses


«Diario de Burgos», 4 Agosto 1981

sábado, enero 14, 2006